CULTURA Y ÉTICA PARA EL DEBATE

Publicado por admin en

12/04/2014

Cultura y ética para el debate

por Leonardo Strejilevich

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Posición puesta en consideración en la Mesa Panel en PROCULTURA SALTA; 10 de abril de 2014 «DE LA CRISIS DE VALORES A LA CULTURA ETICA» Leonardo Strejilevich

Hace unos días, más precisamente el sábado 22 de marzo de 2014, el editor en arte Eduardo Villar de la Revista de Cultura Ñ de Clarín publicó un revelador artículo titulado “Un mercado en auge, para pocos” donde dice que el volumen total de las ventas de arte y antigüedades alcanzó en 2013 65.000 millones de dólares; que el interés por ver arte incorpora cada vez mayor cantidad de público y que el número de visitantes a los museos no deja de crecer. Al mismo tiempo, el mercado del arte se concentra cada día en menos manos; sólo el 8 % de las obras subastadas en todo el mundo durante 2013 recaudó el 82 % del dinero pagado. En todo el mundo hay 600.000 coleccionistas de nivel medio y alto, pero los que importan realmente no llegan a 200.000; la tercera parte son estadounidenses; los chinos son los segundos compradores del mundo con un 24 % del gasto total y los británicos los terceros con un 20 % del total; es decir, que el gasto se concentró en tres países; esa elite concentra una riqueza de 28 billones de dólares.

España es el país europeo que más ha recortado el gasto público en cultura desde 2011. Al menos eso se desprende del estudio ‘El modelo español de financiación de las artes y la cultura en el contexto europeo’, dirigido por Arturo Rubio (Universidad Antonio de Nebrija) y Joaquim Rius (Universitat de València), que recoge «descensos significativos» en la inversión durante los últimos tres años.

Los datos cuantitativos se expresan en números rojos en casi todos sus indicadores, como la participación, las ventas, la facturación o el empleo. En esta coyuntura, el mundo cultural vive la situación con creciente desconcierto, caracterizado por la fragilidad de las estructuras sobre las que se asentaba su financiación.

Según el último censo de 2010, en la Argentina el 10% de los mayores de 15 años no terminó la escuela primaria.  El 56% de los argentinos no termina los estudios secundarios y el 44% de estudiantes que sí lo hace, casi la mitad tiene rendimiento bajo y hay un alto porcentaje que no comprende lo que lee. Esto se ve en los resultados que la prueba internacional PISA viene informando desde 2000, cuando asegura que el 52% de los chicos argentinos de 15 años no entiende lo que lee.

La Unesco ha establecido que la inversión en cultura no sea inferior al 1 % del presupuesto nacional; Brasil gasta el 0,6 %, México y Uruguay el 0,5 %, Argentina sólo el 0,23 % y la “cabeza de Goliat” de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires gasta por habitante un promedio anual de 90 pesos; el denominado “resto del país” excepto Córdoba y Rosario tiene algo menos de un promedio de 5 pesos por habitante.
Piratería imparable. Los observatorios de piratería y hábitos de consumo de contenidos  culturales digitales muestran que las descargas ilegales siguen aumentando. La situación  muestra un panorama desolador; en algunos países el 84% de todos los contenidos consumidos es pirata.

Como ejemplo, en España más de la mitad de la población internauta (51%) descarga ilegalmente contenidos protegidos por derechos de propiedad intelectual, hasta superar en 2013 los 3.192 millones de descargas ilegales (un 4,6% más que en 2012); por tipos de contenido, música lo hace el 27% (1.974 millones de descargas ilegales), películas el 43% (720 millones), libros el 21% (302 millones) y videojuegos el 9% (196 millones).

El valor total de lo pirateado online, un 6,5% mayor que en 2012, supera los 16.136 millones de euros: 6.067 millones de euros en contenidos musicales, 3.814 millones en cine, 4.418 millones en videojuegos y 1.837 millones en libros. Todos los tipos de contenido se piratean más que en 2012, a excepción de la música, que muestra un leve descenso. Los libros, por el contrario, acusan la subida más significativa, al haberse triplicado en 2013 el valor de lo pirateado con respecto al año anterior.

La piratería provoca grandes pérdidas económicas a la industria de los contenidos, destruye puestos de trabajo -o impide que se creen- dedicados a producción y distribución de música, libro de ocio, películas y videojuegos, y reduce los ingresos del Estado.

La mayoría de los internautas ve como normal no pagar por algo que puede obtener gratis; además de la gratuidad la accesibilidad a los contenidos piratas son rápidos y  fáciles; se cree que acceder a contenidos pirateados no perjudica a ninguna industria; todos saben que piratear es un delito que puede tener consecuencias legales pero, por ahora, no pasa nada.

Seguramente se deberá impulsar una reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que pueda ofrecer medidas realmente eficaces para frenar las descargas ilegales con una normativa que introduzca las mejoras necesarias para lograr su máxima eficacia en la persecución de la piratería.

La cultura y el arte tienen un papel central en el desarrollo económico y social de cualquier país y es una industria generadora de bienes comerciales y bienes culturales.

Cultura, en sentido amplio, es el conjunto de prácticas, de instituciones, de normas en las que asienta nuestra convivencia. Cultura es también el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico y un conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social y basado en un relativismo cultural.

Cultura  popular es el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo. Las culturas populares hay que buscarlas en las comarcas, en las comunas, en los municipios (la Argentina tiene 2.100 municipios de los cuales un 80 % tienen menos de 10.000 habitantes, muchos de ellos carecen de bibliotecas populares; entre las ciudades que tienen entre 30 – 40.000 habitantes el 60 % no tiene salas de cine) y, más aún, todavía no hay forma de enterarse en forma universalizada en nuestro país de los proyectos y acciones culturales de las diferentes regiones y lugares de nuestra extensa geografía; no hay un sistema de información cultural.

Vincular cultura, ética y moral como propone este debate es difícil y casi infructuoso porque, entre otras cosas, sigue en vigencia aquello de O tempora, o mores que es una locución latina que se puede traducir como ¡Oh tiempos!, ¡oh costumbres! La utilizó Marco Tulio Cicerón en su primera Catilinaria en su discurso contra Catilina, quien había intentado asesinarlo, Cicerón deplora la perfidia y la corrupción de su tiempo. La frase se emplea, generalmente en tono jocoso, para criticar usos y costumbres del presente, recordando la época de las buenas costumbres como si en otras épocas siempre existieron las buenas costumbres y los valores absolutos.

La ética o filosofía moral trata de varios asuntos como los deberes que tenemos hacia nuestros semejantes, las normas que rigen la vida de las personas decentes, los valores sociales que nos gustarían que sean respetados, los mandamientos divinos, las pautas de conducta de las diversas épocas y sociedades, las razones que puedan justificar el obrar de una u otra manera y tiene la finalidad de encontrar principios racionales que determinen las acciones éticamente correctas y las acciones éticamente incorrectas, es decir, busca principios absolutos o universales, independientes de la moral de cada cultura.

La palabra ética significa sencillamente una ordenación moral del mundo pero también significa una manera de ser y el lugar donde la ejercemos; en ese ámbito se asientan las costumbres, las valoraciones, los principios, los hábitos, las personas y los objetos que nos rodean o sea el mundo concreto que hemos elegido para vivir. Este mundo nuestro es una opción íntima y tal vez definitiva que se construye con esfuerzo voluntario para darle forma y contenido, presencia viva y palabras para nombrarlo, desarrollarlo; en todo caso es una creación deliberada.

La moral trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia. La moral no es absoluta ni universal. El relativismo cultural hace que la moral esté o no vigente según cada región y cada grupo social.

La sociedad humana ha construido una axiología o teoría o tabla de valores consideradas dignas, con valor, ética y moralmente aceptables.

La dificultad para juzgar y regular determinadas conductas consiste en la confusión de diversas perspectivas de valoración consideradas primordialmente éticas.

El grupo humano al que pertenecemos nos propone o nos impone una lista de valores de la vida y la libertad; cada uno de nosotros se ve obligado a reflexionar sobre ellos y a incorporarlos o no a nuestra vida personal y a nuestra relación con los demás.

Los valores socialmente aprobados quedan codificados en normas y leyes que explicitan en forma pública e imperativa la conducta requerida o la inconducta sancionada.

La sociedad inculca por medio de coacciones esos valores que van desde la desaprobación y condena social hasta los más drásticos castigos. Convierte en valores inteligibles y comunicables lo que motiva las acciones humanas.

El eco subjetivo de todo esto son los sentimientos de obligación y responsabilidad o sea la vocación de no ser indiferentes ante los valores puestos en juego aquí y ahora que configuran la conciencia en el sentido moral.

La ética no se centra en la prevención y castigo de los delitos ni en proporcionar legitimaciones para las debidas coacciones. Para la ética lo malo no es aquello que puede ser sancionado sino lo impropio de la conducta humana; es preciso desjudicializar la moral.

El amor propio o el egoísmo bien entendido son la base de los valores humanos más estimables y muchas veces la ética se demuestra cuando actuamos contra nosotros mismos, es decir con lo que nos desmiente o contraría.

Las personas y las sociedades humanas tienen la capacidad y la necesidad de convertir en valores lo que motivan sus acciones.

CARACTERÍSTICAS DE LA SOCIEDAD ACTUAL POSMODERNA
FUENTE: Slavoj Zizek y Silvia Ons; 2009

  • Falta de ideologías,
  • Crisis de sentido,
  • Crisis de lo real,
  • Discursos deshabitados,
  • Abismo entre lo que se dice y lo que se hace,
  • Pérdida de legitimidad del poder,
  • Ética anacrónica,
  • Desgaste y falta de valores inmutables,
  • Falta de auténtica convicción,
  • Derrumbe de los sistemas filosóficos y morales,
  • Hombre vacío, sin trascendencia, sin fundamentos, inmerso en la nada, sin referencias históricas,
  • Identificaciones colectivas con arranques de violencia,
  • Fragmentación y desamparo,
  • Caída de los ideales comunes,
  • Pérdida de la autoridad,
  • Ausencia de construcciones ideológicas capaces de orientar a los sujetos,
  • Producción de un estado de alarma permanente,
  • Matriz de pánico en las ciudades, con estado de miedo y angustia,
  • Falta de enemigo claro y contundente,
  • Resentimiento.

El análisis de la relación entre la cultura y la ética implica en todo caso explorar el contenido y la voluntad política de las leyes que supimos conseguir; la estructura y las pautas operativas del poder de turno; los intereses que están en juego; la dominación por los factores de poder; la tendencia a la homogeneización de la sociedad; la identidad; la religión; la educación; los paradigmas; los resultados en nuestro caso de los procesos históricos de la conquista, la colonización y la transculturación.

El arte y la industria cultural no pararon de crecer desde la nada a partir de 1895 en Europa con productos muy caros de fabricar desde libros a puestas en escena de óperas cuya riqueza superaba a las de las monarquías en 1915 y que se mantenían con la fuerza de un público que pagaba en monedas de cinco centavos.

La provisión de entretenimiento que la industria cultural pone a disposición de consumidores predispuestos es un intento más de cosificación ya que, entre otras cosas, la industria cultural organiza y administra el ocio para una vida más productiva de un grupo social minoritario al decir de Theodor Adorno.
El mundo fue conquistado por una minoría desarrollada que transformó e impuso imágenes, ideas y cultura por la fuerza, por las instituciones, mediante el ejemplo o por la transformación social.

Alguien dijo: “mientras entraban los dividendos podían elevarse los pensamientos sublimes” esto significa que para dedicarse a las actividades culturales y artísticas se necesita dinero. La actividad poética de Rilke fue posible, al margen de su talento, gracias a la generosidad de un tío suyo y una serie de nobles aristócratas; Thomas Mann con los buenos negocios familiares al contrario de Dickens que estuvo varias veces preso por deudas o de nuestro Florencio Sánchez que robaba los formularios para telegramas de las oficinas de correo para escribir sus obras teatrales.

Muchos hombres de la cultura fueron lo que hoy se llaman autores comprometidos como Mozart que escribió una ópera propagandística de la francmasonería (La flauta mágica; 1790); Beethoven que dedicó La Heroica a Napoleón como heredero de la revolución francesa aunque luego se arrepintiera, Goethe que era funcionario y hombre de Estado, Dickens que denunciara los abusos sociales, Wagner y Goya que conocieron el destierro político, Balzac que mostrara la conciencia social en su Comedia Humana.

Las obras culturales y artísticas necesitan del apoyo económico, entre otras cosas,  de él depende la posibilidades creativas y culturales de una sociedad aunque no al extremo del banquero inglés J. P. Morgan que ante la pregunta de cuánto costaba mantener un yate contestó ”si necesitas preguntarlo, no puedes permitírtelo” y más aún cuando John D. Rockefeller al enterarse de la muerte de Morgan que había dejado 80 millones de dólares en herencia dijo “y todos pensábamos que era rico”.

El prestigio de la razón, de la técnica y de la ciencia es muy grande en nuestro tiempo y para algunos se inicia en Occidente con la irrupción de la clase mercantil cuyos instrumentos son el dinero y la inteligencia y no tienen normas morales, atributos nacionales, raciales o religiosos. El dinero se ha convertido, en detrimento del arte y la cultura, en capital y ha dejado, desde hace mucho tiempo, de ser un simple instrumento de intercambio para convertirse en potencia autónoma que permite la obtención de mercancías y que sirve para obtener más dinero. Se hace difícil, entonces, compatibilizar arte, cultura y mercantilismo aunque se mercantilizan la mayor parte de los productos culturales y artísticos al menos en nuestra cultura. Arte y cultura es una visión del mundo o un ejercicio formal intrascendente.

La tan mentada identidad colectiva es sólo el acatamiento común a un determinado juego de respuestas a los eternos problemas vitales que entra rápidamente en zozobra ante lo nuevo o ante el cambio. La convivencia con lo distinto y desigual es siempre un factor de alarma, de inestabilidad y de conflicto.

Los conjuntos sociales tienen una realidad convencional basada en acuerdos pactados a través de los episodios comunes de la historia de esa sociedad y en respuesta a desafíos o proyectos humanamente entendibles por todos.

Lo característico de las sociedades actuales es el reconocimiento de la pluralidad de grupos y  de la autonomía de los individuos; la sociedad de hoy es una armonización pactada o convencional de grupos previos que deponen sus antagonismos por la fuerza del derecho o por el derecho de la fuerza y acuerdan unirse a la virtualidad o al artificio de formar una unidad superior. Nos parece que tendremos que tener el valor necesario para convivir con multiplicidad de formas étnicas y éticas cuya diversidad dificulta la identificación normalizadora y la convivencia.

La cultura es compleja y nada ingenua y plagada de retóricas tradicionales que liberan, a través del sesgo de técnicas muchas veces brillantes, una serie de significaciones ligadas al mundo en que vivimos y más todavía al sistema semántico en crisis del que formamos parte.

Decía Enrique Heine (1797–1856) «allí donde se comienza quemando libros, se termina quemando hombres». El fuego administrado por los hombres para quemar libros en distintas épocas ha querido matar la memoria, el conocimiento y la opinión, son los biblioclastas.

La destrucción de libros, que son parte importante de la cultura de los pueblos, a lo largo de la historia tuvo como objetivo la extinción de la identidad y la cultura de muchos pueblos. Los motivos y contextos para destruir libros han cambiado  con el tiempo pero no sus efectos. Anualmente, también en nuestro país,  millones de libros siguen ese camino y desaparecen así las obras de gran cantidad de autores. En Argentina y en todos los países democráticos la eliminación de textos responde a razones de mercado, a la necesidad  de una organización racional entre la producción y lo obtenido. Se trata de la corrección de un mal cálculo. Dicen las actuales editoriales o productoras de libros que es más barato destruirlos cuando no se venden y que es un negocio a pura pérdida el donarlos. Los libros una vez exhibidos durante algún tiempo pasan a las mesas de saldos en las librerías, luego a los depósitos y finalmente mueren.

La necesidad de crear historias, de testimoniar, de expresarse y hacer conocer ideas y pensamientos siempre será ajena  a toda ecuación ganancial; tal vez en este tiempo convenga la coexistencia de los libros en papel y los electrónicos pero siempre accesibles a la mayoría de los lectores. La destrucción, la quema y la prohibición de libros fueron siempre actos deliberados destinados a la destrucción cultural de los pueblos, para borrar la memoria de su cultura, debilitar su identidad y comenzar el proceso de transculturización; es un “memoricidio” que intenta borrar la memoria histórico-cultural destruyendo la cultura del lugar y muchas veces a los propios intelectuales.

Adolf Hitler (1933) pretendía que los alemanes leyeran sólo su Mein Kampf (Mi lucha) y mandó incendiar libros de Albert Einstein, Jack London, H. G. Wells, entre otros. Durante la dictadura argentina, la quema de libros representó un verdadero genocidio cultural, que se sumó a la desaparición de escritores.
El poder absoluto, el totalitario, el indiscriminado en diferentes épocas ha ejercido siempre y en cualquier lugar el poder para atropellar las ideas, censurar y prohibir textos.

Las censuras son de muy diferente índole, procedencia y magnitud. La censura suele tener aliados: la mafia, la impunidad, la mezquindad, la condición mediocre, la cobardía, la ignorancia, la política estatal.
“Los viajes de Gulliver” de Jonathan Swift aparecido en 1726 tuvo que soportar la denuncia de texto vil y obsceno; “Don Quijote” de Cervantes fue prohibido en Madrid por un párrafo que dice que los actos de caridad realizados negligentemente carecen de mérito;  “Las aventuras de Sherlock Holmes” de sir Arthur Conan  Doyle fue prohibida en la Unión Soviética en 1929 porque hacía referencias al ocultismo y el espiritismo; “Sin novedad en el frente” de Erich María Remarque fue prohibida en 1929 por los ejércitos de Austria y Checoslovaquia y vetada en Alemania e Italia en 1933 por contener propaganda antibélica y en Boston por obscenidad; “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll fue prohibida en China en 1931 por la razón de que los animales hablaban como seres humanos y ponía a los animales en el mismo nivel que el hombre; “Por quién doblan las campanas” de Ernest Hemingway fue enjuiciada en Turquía por estar difundiendo propaganda desfavorable al Estado; “Oliver Twist” de Charles Dickens tuvo que soportar una protesta en Nueva York en 1949 por que el texto ponía en tela de juicio el derecho que tienen los padres de proporcionar a sus hijos una educación libre y religiosa; el “Diccionario Americano de la Herencia” en 1976 fue retirado de circulación a causa de su lenguaje objetable; el “Diario de Ana Frank” publicado por primera vez en 1947 fue declarado “deprimente” en Alabama en 1983 por el Comité encargado de los libros de texto aduciendo que es mejor ignorar los horrores de la guerra y la represión por parte del Estado; “Las mil y una noches” fue confiscada su edición en Egipto argumentando que su lectura incitaba a las violaciones; “Budismo Zen. Escritos selectos” compilación de D.T, Suzuki se objetó en 1987 en EEUU porque se enseñaba la religión budista y sus principios lo que podía determinar que mucha gente abandonara su primitiva religión y adoptara la budista; “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez fue eliminado en 1986 de la biblioteca de una escuela en California por ser basura que se hace pasar por literatura; “Gringo viejo” de Carlos Fuentes fue retenida su edición en EEUU por considerar que se utiliza un lenguaje muy explícito; fueron censurados Shakespeare, Salinger, Mark Twain, Updike…pese a la famosa enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica que consagra y afirma la libertad de expresión, la libertad de cultos y la libertad de prensa.

“Trópico de cáncer” de Henry Miller fue prohibida así como “Lolita” de Vladimir Nabokov; “Los versos satánicos” de Salman Rushdie y también en Argentina: “Nanina” de Germán García (1968), “The Buenos Aires affaire” de Manuel Puig, Rodolfo Walsh, Esteban Echeverría y su “El matadero” que esperó décadas para editarse y distribuirse y mucho más atrás a Manuel José de Lavardén que lleva a escena “El Siripo” en 1789 que debió corregir y sacrificar gran parte del texto y buscar referentes para recibir favores para concretar la representación; “El cencerro de cristal” de 1915 de Ricardo Güiraldes; “Los invertidos” de José González Castillo en 1914; los textos de Juan José de Soiza Reilly; “Ganarse la muerte” de Griselda Gambaro; prohibiciones a Leopoldo Torre Nilsson, Cortázar; Viñas, Haroldo Conti, Paco Urondo…
La mayoría de las censuras responden a razones de explícita política estatal a las que acompañan prejuicios y discriminación por género, sistema de creencias religiosas, la inconveniencia de la fantasía versus el pragmatismo, el peligro de minar la ideología en boga, la crítica a la eficacia y la eficiencia como valores inobjetables, la idea bizarra que la literatura debe transmitir siempre algo del mundo real y verdadero sin descuidar la forma y la apariencia y conservar y ejercer el poder normativo  (Fuente: Mizraje, María Gabriela: “Los libros que no pueden leerse. Banned Book Week”; Revista de Cultura Ñ; N° 469; pág. 40-42; 22 de septiembre; 2012).

Como en la antigüedad, se quemaron los libros de la Editorial Centro Editor de América Latina en Buenos Aires, sello editorial que fundó José Boris Spivacow (1915 -1994); un millón y medio de libros y fascículos ardieron en un baldío de Sarandí en la Provincia de Buenos Aires de Argentina (26 de junio de 1978).
El 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano… Dijo que lo hacía «a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas… para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos». Y agregó: «De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina». (Diario La Opinión, 30 de abril de 1976).

La censura es una obscenidad inadmisible. La censura, la prohibición de pensar y expresarse libremente, la asfixia de la pluralidad de ideas y miradas señala, como siempre, la pobreza intrínseca de esa monstruosa máquina de impedir que lee poco, que lee mal la realidad, que no sabe  historia y que no acepta el carácter inestable de la producción creativa del hombre. La historia se ha utilizado muchas veces para adoctrinar mal a las nuevas generaciones.

La cultura es una síntesis de un tesoro heredado. La cultura puede ser entendida como el conjunto de ideas y formas de vida del ser humano. La cultura es una instancia en la que cada grupo social, que son muchos y diferentes, organiza su identidad nutriéndose de repertorios interculturales. Lo importante y trascendente es proporcionar en los espacios sociales contextos adecuados dentro de los cuales esos grupos puedan ejercer sus oportunidades creativas y de desarrollo cultural.

El hombre y su comunidad contemporánea crea, construye y atesora cultura dentro de un cuadro preexistente razón por la cual es vana toda pretensión de una cultura puramente autóctona y sólo dependiente del presente. Desconocer o menospreciar las herencias es inconducente pero desdeñar nuestra raíz americana es peor aún. Nuestra América aspiró a construir hombres universales pero con sabor a su propia tierra, con sabor nativo, genuino y carácter propio sin localismos, sin pintoresquismos trasnochados y envejecidos apasionamientos patrioteros.

La cultura americana debería constituir una unidad integrada a la cultura universal pero afirmada en lo original y en lo suyo en identidad y pertenencia conjugando lo propio con lo recibido de otros. La Argentina, como otros países, no es un único país, sino una serie de países superpuestos.
Traducir lo que se ve o se escucha con palabras, traducir cultura, es difícil; cada pueblo tiene una manera de entender el mundo. Cuanto mayor carga simbólica tenga la cultura de los pueblos, cuando más abstracción proponga, tanto más difícil será su lectura e interpretación. El noroeste de nuestro país fue el núcleo geopolítico y fundacional de lo que después fue la Argentina.

Rescatar el trasfondo histórico permite recuperar la identidad y la pertenencia y, al mismo tiempo, plantear un nuevo regionalismo, dinámico, moderno y abierto al mundo. En el campo de la política cultural de Argentina, se ha intentado forzar desde siempre a las comunidades marginadas y a los pueblos originarios a acceder y aceptar la cultura de elite, sin respetar que esas comunidades tienen su propia cultura y producen sus propias obras. La noción de diversidad cultural implica reconocer que se construye cultura en todos lados aún en los pueblos más apartados y olvidados.

Los argentinos, casi todos nosotros, somos protagonistas de un mestizaje cultural creativo y enriquecedor; somos una experiencia social y cultural única. La Argentina es un escenario de una confluencia de etnias, religiones y culturas basada históricamente en el exterminio de una masa indígena importante y la inmigración masiva. La riqueza de los argentinos se basa en las bondades de su tierra y su clima; la mezcla de personas diversas y plurales nos ha dado una identidad única y quizás privilegiada.
La raíz de la actitud psicológica, social y cultural de los argentinos de estas latitudes proviene de su singular relación con la tierra. La tierra es una realidad brutal; es lo más seguro bajo el pie y bajo la espalda, cuando ha concluido la marcha. La tierra es la verdad definitiva, la primera y la última: es la vida y es la muerte. La tierra tiene secretos que hay que desentrañar si se quiere acordar la existencia humana con los ritmos de la armonía cósmica. Los griegos distinguían claramente la “poieses” que es la invención estética o la actividad creadora y la “tekhné” que es la reglamentación práctica que parece ser, hasta hoy, las herramientas para construir cultura.

Las reglas, normas y fórmulas pretendieron y pretenden enseñar la fabricación de belleza, de arte, de cultura.

Inquirir, que sigue siendo una práctica habitual de muchos poderes del Estado, es examinar papeles, obras, documentos, testimonios, libros, pensamientos escritos y separar los inútiles, los inconvenientes, los que se opongan o relativicen el orden establecido para quemarlos, destruirlos y si es posible quemar, destruir y hacer desaparecer a sus autores; es consultar, conferir y determinar desde el poder lo que se debe hacer, pensar y expresar.

La importancia del arte y la cultura radica en la cantidad y calidad de Universo que transforma y no puede ser valorado independientemente de los valores estéticos, éticos y metafísicos de su tiempo. En épocas de agotamiento y crisis se suele elogiar a artistas y creadores por sus innovaciones técnicas, por su ingenio retórico, por sus adquisiciones estilísticas que sólo son adquisiciones instrumentales que no conducen a nada trascendente y están muchas veces al servicio de las búsquedas de la Nada.

Una de las misiones del arte y la cultura es despertar a la criatura humana; ésta es una misión metafísica en el único animal metafísico que existe que es la persona humana, pues es el único que tiene conciencia de su muerte.

El arte y la cultura son expresiones integrales del hombre que restaura y recicla la unidad primitiva entre el yo y el universo, entre lo emocional y lo mental, entre lo individual y lo colectivo (E. Sábato) Los académicos y muchos intelectuales tienen una visión apocalíptica imaginando que una cultura sin codificación, sin normas, sin reglas fatalmente entra en el desorden, la declinación y la extinción, por suerte y pese a ello no pudieron impedir la aparición de grandes obras, de grandes creadores y de la cultura popular. Despojar de alma a la cultura para llevarla a planos exclusivamente utilitarios es condenarla a no tener futuro, es bloquear y esterilizar su permanencia viva entre nosotros.

Por sobre todas las cosas, es el pueblo quien inventa el debate, la crítica y la cultura en general. La cultura es espíritu y no sangre, más aún hoy en día en que se ha caído la mística de las razas.

esgraciadamente, el raquitismo espiritual de los pueblos originarios comenzó hace más de 500 años; la conquista fue una verdadera tragedia para los nativos; sólo una minoría se libró del yugo, el sufrimiento y la muerte y los beneficios que prometían la educación y la cultura fueron escasos e irreconocibles para ellos.

Por raro que parezca, uno de los principios que en los tiempos de la Colonia guiaban a nuestro pueblo, después de la religión, era la cultura intelectual y artística¸ adquirir éstas suponía la coronación de la vida social del mismo modo que la santidad era la coronación de la vida individual. Aquella cultura no era progresiva, se fundaba en la autoridad y no se basaba en la educación del pueblo como es natural y paradigmático en el mundo actual.

España había dado a sus colonias una organización cultural tan completa como la que ella misma poseía que se completó y recreó con el mestizaje; el hombre americano se parece bastante, en algún sentido, al hombre del mediterráneo lugar de confluencia de pueblos y de culturas que no tenía prejuicios arraigados de razas y que al menos en el siglo XVIII tenía doctrinas políticas y sociales igualitarias. Cada cultura es una cristalización de modos de pensar y de sentir; cada obra cultural se crea con medios propios y peculiares de expresión, aprovecha las experiencias anteriores pero las rehace, no es suma sino síntesis, es una invención.

Toda cultura genuina tiene sabor de primicia aún cuando ninguno de sus elementos resulte estrictamente nuevo; la novedad la da el color, el tinte emocional, la forma expresiva que recrea las emociones de muchas cosas que son eternas y universales y que surgen de cosas vistas por todos. De los griegos nos viene lo de la cultura; ellos contemplaron el conjunto de su haber espiritual como un gran sistema de educación, la Paideia, forma específica que entre ellos reviste lo que los modernos normalmente llamamos la cultura.

Esta idea de cultura, se instituye como un valor y último fin de la acción espiritual en esta tierra de las personalidades individuales y de los pueblos, sólo concebible sobre la base de una conciencia expresa de los valores de humanidad y educación. Es un hecho diferencial del mundo heleno-céntrico respecto de los otros orbes culturales.

La fuente originaria de esta concepción es griega. Los antiguos son los creadores y el prototipo de nuestro propio sistema de valores; su mundo de formas es el arsenal vivo de nuestra forma de vida espiritual. La cultura debe integrar lo individual con lo colectivo, lo temperamental con los valores, la originalidad con la tradición, la creación con la erudición, el ser con el mundo, lo particular con lo universal, ideal y permanente, lo subjetivo con lo objetivo, lo contemplativo con la acción, el intelecto con la sensibilidad, lo concreto con lo genérico, lo ideal con un bien entendido realismo práctico, la integración con el equilibrio y todo esto impregnado de belleza y trascendencia donde se conjugue la vida con el arte.

La política cultural, aún hoy, casi se ve restringida a la Bellas Artes y un número reducido de instituciones son productora de bienes, productos y servicios culturales a lo que se suma un persistente centralismo de la ciudad de Buenos Aires que impide construir un verdadero y consistente federalismo cultural. La Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) ya reconocía como derecho humano fundamental de todo ciudadano “tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad”.

De ahí deviene que los Estados tienen la obligación de asegurar el ejercicio en plenitud de ese derecho a toda la población. Hoy se concibe la identidad nacional en el marco de la diversidad cultural soslayando el límite impuesto por las fronteras territoriales; se trata de convivir en diversidad cultural en aras de causas comunes y, en nuestro caso, es impensable al margen de una dimensión indoamericana.

Hablar de cultura es referirse al uso de la libertad, el desarrollo económico y social, la justicia, la igualdad, al lazo entre cultura y educación, a la adopción de puntos de vista críticos por parte de la sociedad, a la construcción de ciudadanía, a la economía y las industrias culturales, a la identidad nacional sin negar lo global. Hay más de quinientas definiciones de cultura pero más que el significado de la palabra importa más su uso político en los cambiantes momentos históricos de las sociedades.

La selección y la consecuente discriminación social, que se resiste a desaparecer, entre sociedades civilizadas y cultas, entre civilización o barbarie, entre países desarrollados o del primer mundo y países en vías de desarrollo (que reemplaza al término subdesarrollado) o del tercer mundo en una “aldea global” posmoderna repleta de desigualdades e inequidades se combate, entre otras cosas, con cultura como segunda naturaleza, como comportamientos, prácticas, costumbres, tradiciones, diversos “sentidos comunes” o cosmovisiones que son formas de percibir y pensar la realidad y que deben ser respetadas, finalmente, son formas que las sociedades eligen para vivir juntos a través de una “vida cultural” que tiene que ver con nuestra capacidad y maneras de expresarnos y comunicarnos con los otros, de ubicarnos en el mundo, de crear y recrear nuestro entorno a través de consensos o sentimientos compartidos y de la concertación combatiendo, peleando, discutiendo para llegar a acuerdos y hallar un área común de ideas, valores y acciones concretas.

El Estado no debe crear cultura sino políticas culturales que ayuden y dinamicen el surgimiento de la cultura, su transmisión, su conservación y, en todo caso, favorecer su observación crítica para ponerla en cuestión permanentemente. “Las políticas culturales consisten en fijar fines y objetivos precisos y los medios para lograrlos; son la forma en que el sector público articula la vida cultural del país” (José Nun).
El mayor nivel de creatividad no proviene del Estado sino que antes es una cualidad propia de los seres humanos y de sus organizaciones sociales, en este sentido, es adecuado desconcentrar derivando algunas funciones a estructuras pequeñas y, al mismo tiempo, descentralizar, es decir transferir poder de decisión y recursos a esas mismas estructuras comprendiendo que la institucionalidad no es un objetivo en sí mismo, sino un instrumento entre jurídico, legal y funcional.

Cualquier excluido social es un excluido cultural que no alcanza, en estas condiciones, a tener condiciones de mejor ciudadanía y tampoco logra tener identidad ni pertenencia. La identidad, decía Carlos Fuentes, es lo que somos hoy y lo que somos hoy es el resultado de todo lo que fuimos y de un proceso de construcción del futuro, porque somos cambio y somos dinámicos.

La cultura otorga sentido al desarrollo entendido como proyecto, como acuerdo, como utopía y, en todo caso, el desarrollo es producto de un proyecto y más aún en sociedades profundamente desiguales, pobres y diversas. Habría que estimular en el seno de los pueblos la praxis y el proceso permanente de reflexión-acción-reflexión-acción para transformar y adecuar el mundo que nos rodea a través del diálogo que es la palabra que atraviesa y que resume conocimiento y pensamiento en acto con respeto por las diferencias y la palabra de los otros; hay que recuperar lo local como espacio de desarrollo y cultura.

El mundo actual y más aún el del futuro se caracterizan por la cultura del conocimiento y la información y por el valor de la creatividad y la innovación. La Argentina es heredera de una formidable tradición cultural, tiene capital humano y las condiciones necesarias, aún con recursos económicos insuficientes, para desarrollar cultura; la Nación debiera incluir presupuestos mínimos para la promoción y el desarrollo cultural y para la protección del patrimonio cultural.

 Es necesaria una nueva cultura pedagógica en el campo de la educación, superadora de las prácticas de normalización homogeneizadora de las diferencias inculcadas desde siempre que acepte e integre la diversidad cultural, la interculturalidad y la inclusión social y que reivindique identidades y derechos culturales pese a que en el mundo actual las identidades tienen gran movilidad, están desancladas, son inestables y difusas. La verdadera identidad de la Argentina es la diversidad; somos un mosaico de identidades sin alcanzar todavía una totalidad, un ser nacional como pieza única formada por muchas piezas únicas; una totalidad a partir de las diferencias.

El proyecto cultural de un país se concreta, entre otras cosas, en su modelo educativo; los valores culturales que justifican y sostienen a las instituciones determinan no en exclusividad el proyecto cultural de una nación.; el sistema educativo legitima sólo una parte del universo cultural, que el poder dominante reproduce en cada momento histórico (Bourdieu); todo país está condicionado por la calidad de su educación y el desarrollo de su cultura.

Deberíamos recuperar el buen uso del lenguaje y a la lengua como el gran ejercicio de comprensión y autocomprensión del mundo, la polémica, el acceso democrático al conocimiento, las ideas, los libros, la comprensión de textos, la capacidad de subjetivación porque promueven socialmente, es reconocido y premiado por la sociedad. La batalla cultural es la madre de todas las batallas y esta batalla no es instrumental, es profundamente política.  La Argentina profunda tiene en forma invisibilizada una elevada fragmentación lingüística y cultural, en un contexto de enorme extensión territorial, de diversidad geográfica y étnica.

Tenemos un ecosistema cultural tan rico como frágil e invertebrado inmersos en una sensación generalizada de fracaso tras fracaso como sociedad y con la falta de concreción de un proyecto renovado y en consonancia con el mundo actual. El proceso de construcción de la Argentina de hoy debería hacerse desde la cultura con efectiva transversalidad, suficiente dotación presupuestaria y políticas públicas fuertes orientadas hacia la cohesión social, la proximidad, la inclusión, la diversidad y el desarrollo de ciudadanía. La cultura debe ser entendida como una actividad y como el núcleo de la vida democrática.

La cultura es el destino reflexivo y creador que constituye la experiencia vivida de una sociedad. No se trata sólo ni ante todo del repertorio de valores que crea un país sino de la capacidad que el país tiene de entablar una relación crítica con los valores que produce. Esto es lo que permite que la cultura sea una fuerza incidental en la configuración de la vida democrática (S. Kovadloff).

La amenaza contracultural número uno, parafraseando a Fernando Savater, incluye dos aspectos antagónicos: por un lado la homogeneización universal como resultado de la mundialización y, por otro, la creciente heterofobia que convierte cada diferencia humana en pretexto de hostilidad o exclusión.

Por culpa de la primera, el mundo se va uniformizando y empobreciendo, desaparecen las diferencias que son la sal cultural de la vida. Por culpa de la segunda, aumentan los desmanes del racismo, la xenofobia, el nacionalismo y la intolerancia religiosa; crece la hostilidad al mestizaje, principio fecundo de todas las edades de oro culturales y de toda innovación; se decretan identidades culturales y se las acoraza frente a las demás.

Lo que parece contraponerse es por un lado la pretensión de establecer pautas comunes universales que garanticen una cierta armonía entre las sociedades masificadas y por otro la exasperación de lo diverso y particular, que reivindica la irreductible variedad de entender lo humano.

Se teme a los peligros que implica la variedad que impide la armonía y estimula los antagonismos sin tener en cuenta que la hegemonía política y cultural impone el beneficio o los ideales de unos cuantos a costa de los demás.

La falta de cultura también es causa de exclusión social.  El prestigio de la razón, del conocimiento, de la técnica, de la ciencia, del dinero y de la inteligencia especializada es muy grande en nuestro tiempo. Adquirir cultura intelectual y artística supone la coronación de la vida social que nos hace personas, ciudadanos, socialmente útiles, libres, críticos, plurales e incluidos.

por Leonardo Strejilevich


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