LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN
13/12/2013
La realidad supera a la ficción
La realidad del mundo supera cualquier pesadilla, fantasía o imaginación ficcional y cada día parece que se avecinara la catástrofe global
La realidad del mundo supera cualquier pesadilla, fantasía o imaginación ficcional y cada día parece que se avecinara la catástrofe global.
Los medios de comunicación transmiten y amplifican un indigesto “realismo social”. El poder, en demasiados lugares, necesita ser vigilado por sus abusos y conviene tener cuidado de casi todo.
Las revoluciones pasadas y presentes además de querer renovar o suplantar el orden establecido desean arrasar con el pasado pero, si se desmadran, pueden también arrasar con nosotros en el presente.
Se hace difícil y trabajoso imaginar, soñar, desear algo; estamos, por momentos, detenidos vitalmente como en un paréntesis.
Muchas veces, olvidamos que la vida humana tiene valor pero no tiene precio. Lo más preciado que tenemos es la vida y la libertad.
Cada vez más las frustraciones que incorporamos se transforman en carencias que nos obligan a fabricar representaciones de nuestros deseos, necesidades y convicciones que son fantasías compensatorias que nos permiten aceptar la realidad.
Es cierto lo que escribió Goya en uno de sus grabados en 1799 “El sueño de la razón produce monstruos” y esta frase no es simplemente un antecedente del posterior surrealismo en la artes sino que contribuye a construir el imaginario de cualquier época; todavía el sueño de la razón sigue produciendo monstruos.
Hoy por hoy, la producción de imágenes es el nuevo boom y el frente abusivo de la comunicación actual que pretende hacer creer que la imagen muestra o cuenta todo lo que es visible de la realidad; esto se usa mucho en la política. Pocos se dan cuenta que lo visible está fragmentado, tiene huecos y espacios no visibles pero que poseen un intenso significado que es percibido.
“…hay demasiadas cosas que disfrutar en la vida como para perder el tiempo difundiendo el horror» (Milo Manara).
Ya son clásicos: “1984” de George Orwell (1949); “Un mundo feliz” de Aldous Huxley (1932); “Fahrenheit-451” de Ray Bradbury (1953); “La naranja mecánica” de Anthony Burgess (1962); “El cuento de la criada” de Margaret Atwood (1985); “La carretera” de Cormac McCarthy (2006)…llamada literatura distópica ficcional, apocalíptica o postapocalíptica que describe maravillosamente lo que hoy está sucediendo; son visiones anticipatorias de una realidad impensada en su momento.
Estos textos denuncian la peligrosidad de acatar los ideales utópicos de los gobiernos, confiando plenamente en el sistema que rige a toda la sociedad.
Como anotamos, el novelista George Orwell imaginó un horizonte, en el que el poder controlaría totalitariamente a la población por medio de pantallas omnipresentes en cada hogar. La batalla cultural contra el poder dista mucho de haber sido ganada por nuestros pueblos.
La » principal herramienta- en el complejo proceso de construcción de la dominación es comunicacional o massmediática, ya que la opresión se funda en la aceptación por parte de las víctimas de su condición subordinada. De allí que se inviertan montañas de dinero en industrias culturales que aparentan ser sólo de entretenimiento; pero que en realidad son un mecanismo ideológico decisivo para la continuidad del proceso de explotación y marginalidad. Persiguen no sólo que pasemos hambre, frío y sed, también debemos estar alegres por esto.»
Los medios de comunicación muchas veces ligados orgánicamente al servicio de los intereses contrarios a la mayoría de la sociedad, suelen presentar modelos de conducta como excluyentes. Eluden la presencia de intelectuales críticos, trabajadores solidarios y cualquier persona con un mínimo de abnegación lo que significa borrarlos de la percepción colectiva. Por acción u omisión, el oportunista o el trepador son presentados como únicos paradigmas aceptados y la carrera por apropiarse de un premio o un beneficio a cualquier costo como exclusivo modo de desempeñarse en sociedad. Presentar la competencia despiadada de modo casi inevitable constituye un modo perverso de naturalizar los rasgos más salvajes de la sociedad.
Las personas expropiadas de la capacidad expresiva, sufren en realidad la pérdida de su libertad; entendida en sus aspectos más sustantivos. Estamos sometidos a mirar como algunos semejantes compiten por decir vacuidades y nos llevan a mostrar una indiferencia absoluta hacia cuestiones importantes; al conglomerado humano el poder real puede imponerle prácticamente lo que se le antoje.
Si todo lo que se habla no pertenece en rigor a lo que corresponde llamar espacios públicos, estos desaparecen. El poder escamotea con hábiles maniobras la realidad e intenta borrar de la percepción colectiva nada menos que la historia de la ampliación de la ciudadanía, que como es sabido se da y realiza en los espacios públicos.
Como es fácil de ver y entender el mundo real no es invención o cosa fingida y se parece desgraciadamente en mucho a las obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios cuyo contenido se basa en hipotéticos logros o desastres científicos, técnicos, políticos, económicos, sociales del medio humano y del medio ambiente del futuro.
Convendría en este mundo ser inmune a toda aspiración al beneficio como una forma de resistencia a los egoísmos del presente, un antídoto contra la barbarie de lo útil que ha llegado incluso a corromper nuestras relaciones sociales y nuestros afectos más íntimos. La gratuidad y el desinterés son valores que hoy se consideran a contracorriente y pasados de moda.
La amenaza contracultural número uno, parafraseando a Fernando Savater, incluye dos aspectos antagónicos: por un lado la homogeneización universal como resultado de la mundialización y, por otro, la creciente heterofobia que convierte cada diferencia humana en pretexto de hostilidad o exclusión.
Por culpa de la primera, el mundo se va uniformizando y empobreciendo, desaparecen las diferencias que son la sal cultural de la vida. Por culpa de la segunda, aumentan los desmanes del racismo, la xenofobia, el nacionalismo y la intolerancia religiosa; crece la hostilidad al mestizaje, principio fecundo de todas las edades de oro culturales y de toda innovación; se decretan identidades culturales y se las acoraza frente a las demás.
Lo que parece contraponerse es por un lado la pretensión de establecer pautas comunes universales que garanticen una cierta armonía entre las sociedades masificadas y por otro la exasperación de lo diverso y particular, que reivindica la irreductible variedad de entender lo humano. Se teme a los peligros que implica la variedad que impide la armonía y estimula los antagonismos sin tener en cuenta que la hegemonía política y cultural impone el beneficio o los ideales de unos cuantos a costa de los demás.
por Leonardo Strejilevich
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