RESIDENCIAS PARA ADULTOS MAYORES

Publicado por admin en

04/04/2014

Residencias para adultos mayores

Cualquiera que entre, se desplace y transite por la mayoría de las residencias para adultos mayores, geriátricos u hogares para ancianos de nuestro país sentirá un profundo desasosiego, impotencia y tristeza porque no ofrecen bienestar y calidad de vida. La mayoría de nuestros adultos mayores institucionalizados no se sienten bien y menos aún como en su propia casa.

Esta es la  percepción más habitual que debe ser modificada con el trabajo institucional de cada día cuidando cada detalle para conseguir un estado de bienestar y calidad de vida personalizados y comunitarios que por otra parte es el deseo más solicitado y compartido por los adultos mayores.
El envejecimiento de la población se acelera, la población activa disminuye, el número de personas mayores está aumentando actualmente dos veces más rápido que de costumbre; la combinación de una menor población activa y una mayor proporción de jubilados y pensionados está suscitando tensiones y desajustes en el sistema previsional y en el estado de bienestar.

El sector poblacional de las personas mayores es muy numeroso y necesita en forma creciente y progresiva atención sanitaria y social, aprendizajes y entrenamientos permanentes evitando la exclusión social.

Se debe promover el envejecimiento activo, preservar y sostener una vida digna pese a la edad avanzada y las discapacidades que puedan surgir, estimular la independencia y la participación en la vida social, económica y cívica, reformular y actualizar en forma permanente  los sistemas de la seguridad social para poder ofrecer jubilaciones y pensiones sostenibles y dignas, recrear los pactos de solidaridad intergeneracional, estimular la organización de los mayores en la sociedad civil en movimientos,  asociaciones o centros sociales.

Es imposible volver a la atención tradicional de las personas mayores en que los hijos cuidaban a sus padres; actualmente los servicios sociales deben corregir y atender esta realidad. El ideal es que las personas mayores permanezcan en su domicilio el mayor tiempo posible con la ayuda de los servicios sanitarios y sociales, con márgenes de seguridad  ciudadana adecuados, con la contención afectiva del entorno, la familia y en ocasiones con el auxilio y el apoyo  del voluntariado social.

“Hogares del feliz ocaso” llama Saramago (José Saramago; 1922 – 2010; Premio Nobel de Literatura 1998) sarcásticamente en su libro  “Las intermitencias de la muerte” a las residencias para mayores u hogares para ancianos o geriátricos y tiene razón, mucha razón. En nuestro caso el “ocaso” no es una puesta de sol o de otro astro al transponer el horizonte, o el oeste como punto cardinal; para nuestro tema es decadencia, declinación, acabamiento de la persona humana.

Tantas veces ha dicho el que esto escribe, demasiadas tal vez, sin ser escuchado que lo peor que le puede suceder a un adulto mayor cuando no hay una expresa e inequívoca razón o varias razones de peso para su institucionalización es ponerlo, depositarlo, obligarlo a residir en un lugar de esos, rodeado de viejos excluidos dentro de un verdadero gheto por mejor, costoso, bonito y protésico que se muestre.
La vida humana y su destino son asignados a cada persona al nacer con una parte del bien y otra del mal, aunque cada persona puede acrecentar sus males acumulando sus propios desatinos.

Dice Saramago que es habitual y lógico morir; la muerte nunca hace huelga Morir sólo es preocupante cuando las muertes se multiplican sin control, salen de la rutina como en una guerra o una epidemia.

Los “hogares” para la tercera y cuarta edad, “esas benefactoras instituciones creadas en atención a la tranquilidad de las familias que no tienen tiempo ni paciencia para limpiar los mocos,  atender los esfínteres fatigados y levantarse de noche para poner la bacinilla…” y que llegan a la insufrible situación de tener que cuidar hasta el final los tristes y decadentes cuerpos, con caras de rostros encogidos y arrugados como pasa de uva, los miembros trémulos y la actitud permanentemente dubitativa de las personas mayores”.

La fatal, irrenunciable e irreversible vejez debe ser cuidada hasta que los días tengan fin; con el paso del tiempo, como sabemos, hay más personas de mayor edad y será necesaria cada vez más gente para ocuparse de ellos. Es infructuoso combatir la vejez y la muerte; el hombre tiene, desde siempre, la ingenua ansia de vida eterna.

Es la misma muerte la que mata a un hombre, un animal o una planta; el problema es que sólo el hombre sabe que va a morir. Cada uno tiene su muerte propia, personal, intransmisible; simplemente hay que morir cuando nos llega la hora y no se puede incluir el derecho a la eternidad en la declaración universal de los derechos humanos.

¿Con qué dinero los países, también el nuestro dentro de pocos años, pagará las pensiones de los millones de personas viejas, inválidas en forma permanente, discapacitadas, dependientes?   ¿Cuánto tiempo falta para que algunos empiecen a cuestionar el paradigma del respeto por los viejos y por los enfermos que por ahora son deberes esenciales de cualquier sociedad civilizada?

Sólo que la memoria colectiva rescate para las conciencias el culto y el cultivo de los valores de la espiritualidad y la solidaridad de que la sociedad se nutría en el pasado evitaremos la catástrofe.

De cualquier modo, es bueno “recordar que la muerte, por sí misma, sola, sin ninguna ayuda exterior, siempre ha matado mucho menos que el hombre”. La vida o existencia es un contrato temporal que rescinde la muerte; “morir es, a fin de cuentas, lo que de más normal y corriente hay en la vida, asunto de pura rutina…”

Saramago nos dice “que somos, en la convulsa realidad del universo, un hilo de mierda a punto de disolverse” dentro de una masa ridícula de siete mil millones de hombres y mujeres bastante mal distribuidos por los cinco continentes.

La vida es un laberinto sin puertas; la muerte es mucho menos complicada que la vida.
“Las intermitencias de la muerte” de José Saramago destila sabiduría y realismo; desde un punto de vista no literario es una joyita de la gerontología social.

Es posible y deseable adaptar las habitaciones, los servicios, el entorno al modelo más parecido a la atmósfera vital que acompañaba al residente en su hogar antes de la institucionalización en la residencia. Es muy importante que el adulto mayor viva en la residencia casi como vivía en su casa, respetando siempre su intimidad y conociendo sus necesidades, inquietudes y deseos; esto además da tranquilidad y seguridad al residente, a su familia y al propio centro residencial.

El residente debiera recibir todas las semanas la visita de su familia incluso aprovechar la cocina de la residencia para ofrecer sus preparaciones culinarias a sus visitantes. Es bueno y necesario que el adulto mayor se sienta útil, activo, seguro, con confianza en sí mismo y que tenga la oportunidad de salir de la residencia de “puertas abiertas” solo si es posible o acompañado tantas veces como lo desee.

La residencia para mayores debería ser lo más parecido a la propia casa; la habitación debería poseer aunque sea en parte el mobiliario original que usó el mayor por toda la vida, los objetos, cuadros, adornos, recuerdos, todo ello con valor emocional y sentimental, la tecnología actual de uso común.

Tener casi todo lo que uno desea y ser independiente da felicidad. Pero, al mismo tiempo, es bueno y recomendable participar y compartir las actividades, las inquietudes, los hábitos, los problemas y desencuentros comunes a todos en el centro residencial. La autonomía, la individualidad y el aislamiento social no favorece la vida diaria en la residencia; la autonomía no debiera impedir compartir comidas, festejos, talleres de terapia ocupacional, clases, sesiones de rehabilitación física, la peluquería y la podología. Los diferentes profesionales que suelen formar grupos de atención interdisciplinaria como los médicos, psicólogos, fisioterapeutas, auxiliares gerontológicos, enfermeros, mucamas y hasta el personal de mantenimiento debe concurrir y acompañar en todo momento las inquietudes y necesidades personales y grupales de los adultos mayores.

El objetivo primario que tienen las residencias para mayores es proporcionar un medio ambiente adecuado para que ellos puedan satisfacer sus necesidades individuales básicas en lo referente a la alimentación, sueño, higiene, atención de la salud y la enfermedad, ocio, diversión y las variadas necesidades sociales.

La familia del adulto mayor es una herramienta terapéutica insustituible; la familia debe estar al lado del adulto mayor aunque por desgracia está aumentando el comportamiento negativo y de abandone de las familias con respecto a sus mayores.

El adulto mayor debe elegir voluntariamente el momento y el lugar que desea para vivir en él y siempre pretender seguir con el mismo ritmo de vida que llevaba fuera de la residencia.

La residencia no debe condicionar el ritmo de vida de los adultos mayores, los horarios de entrada y salida y las actividades; debe preservarse la intimidad dentro de sus habitaciones.

El objetivo es siempre proporcionar calidad de vida, es decir, la combinación de bienestar objetivo y subjetivo en varios dominios y circunstancias considerando la importancia de la propia cultura atesorada por el mayor a lo largo de su vida, el respeto a ultranza de los derechos que tienen y el respeto por las decisiones que afectan a sus vidas.

* Las comillas corresponden a citas textuales del libro “Las intermitencias de la muerte” de José Saramago.

por Leonardo Strejilevich


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