TALMUD
18/04/2013
Talmud
El Talmud es una de las obras colectivas del pensamiento y del genio creativo del pueblo hebraico.
El Talmud, tal vez aún más que la Biblia es el libro por excelencia de los judíos. Es posterior a la Biblia y está formado por reminiscencias y tradiciones escritas en épocas adversas, entre sangre y lágrimas, en el desasosiego de las dispersiones y diásporas, en los tristes días del cautiverio.
El Talmud, al decir de Rafael Cansinos-Assens (1882 – 1964) “es un templo escrito, edificado para sustituir al templo derruido…para servir de lazo entre los hermanos dispersos”. Pocas veces se ha visto una unión tan estrecha de un pueblo con un libro desde el siglo IV de la era cristiana, durante toda la Edad Media y hasta nuestro tiempo. Muchas veces este libro fue quemado con la misma pompa y publicidad con que fueron quemadas las tristes personas culpables de haberlo leído.
Su lectura fue prohibida durante un tiempo inmenso pero este libro sagrado siguió vivo en el cautiverio o en la reclusión humillante de los ghettos. El sectarismo y el fundamentalismo habían convertido al libro de la moral más pura en un libro mágico e infame, condenado de antemano sin leerle como fueron condenados sus lectores sin escucharles y perseguidos al menos hasta principios del siglo XIX en la era napoleónica.
En el Talmud el espíritu hebraico se manifiesta con belleza y palabra luminosa.
La Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, está llena de cosas severas y terribles, duras e implacables epopeyas divinas que representan la solidez agobiante del primer templo. El Talmud no es un libro inspirado por los dioses sino por el corazón humano; contiene una moral profética tierna y amplia; reconoce la ley de la Biblia y se somete a ella y al mismo tiempo se independiza de ella, proclama la libertad de la razón, desentraña el sentido de las prescripciones sacerdotales logrando la universalidad humana que con la ayuda de la cultura helena se convirtió en cristianismo.
El Talmud es un libro que se ha ido construyendo con el transcurso del tiempo como toda obra colectiva. Desde el año 180-170 a. C. se empezaron a recoger las tradiciones judaicas dispersas hasta el siglo IV d. C. cuando parece cerrarse el ciclo de las inspiraciones talmúdicas. Abarca todas las expresiones y evoluciones del pensamiento israelita y los acontecimientos decisivos de su historia.
En el Talmud, el pueblo judío ha vertido toda su alma, su historia, su jurisprudencia, las expresiones de su evolución religiosa, la experiencia obtenida con el trato con otros pueblos. Se presenta como un texto ejemplar de tolerancia humanística que trasciende la estrechez de las prescripciones litúrgicas y que logra, dentro de la tradición judaica, la misma definición ética que el cristianismo alcanzó fuera del recinto del templo.
El Talmud se basa y respeta la Ley y la refuerza con la tradición oral y sus palabras están hermanadas con las pronunciadas por el Cristo. Talmud, este nombre deriva de la raíz hebrea lmd (= enseñar), equivale a enseñanza. Con él se designa a una obra compuesta por varios tratados relativos a diversos aspectos de la vida del pueblo judío vistos desde la perspectiva de su religiosidad.
Se trata en particular de normas que interpretan la ley mosaica, pero también de anécdotas, aforismos, anotaciones, sentencias que lo convierten en una especie de Summa del judaísmo. Los tratados que contiene son: Zeraim (semillas): sobre la agricultura: Moed (estaciones): sobre las festividades: Nashim (mujeres); sobre el matrimonio y el divorcio; Nezikim (daíios): sobre -las responsabilidades civiles y penales: Kodashim (cosas santas): sobre los lugares y los objetos sagrados y sobre los ritos; Torohot (purezas): a propósito de la limpieza ritual.
El Talmud se ha ido formando a través de un largo proceso de crecimiento mediante la aportación de sentencias de los más cotizados maestros del judaísmo, desde los tiempos de Esdras (por el 450 a. C.) hasta mediados del siglo VI d. C. El punto de partida es la legislación bíblica sobre la que los rabinos se pronunciaron, bien sea para precisar su contenido, bien para adaptarla a los nuevos cambios de vida. Hubo al principio una colección de sentencias, primero orales y luego escritas, la Michna, a la que se añadió un suplemento la Tosefta. Sobre estas dos colecciones desarrollaron luego los rabinos sus reflexiones, dando origen a la Gemara, de donde proviene el
Talmud. Del Talmud existen dos textos conocidos: el «Talmud palestino» (o de Jerusalén fue recopilado en Palestina por el siglo 111 d.C.: la tradición lo atribuye a R. Johannan ben Nappoha, muerto en el 279): es incompleto, bastante descarnado, mal conservado, pero importante para seguir el desarrollo de la halakah y de la haggadah. Está además el «Talmud babilonio», escrito en arameo en Mesopotamia, donde florecía una numerosa colonia judía con una renombrada escuela rabínica; el iniciador de este Talmud, según la tradición, fue R. Akira (muerto en el 247 a. C.), llamado «Rab», el maestro por excelencia, por su sabiduría. El Talmud babilonio es más rico, más completo, y está mejor conservado.
Al Talmud le corresponde en gran medida el mérito de haber mantenido durante siglos la identidad judía a pesar de la dispersión entre poblaciones de religión distinta. No han faltado frente al mismo algunos movimientos contestatarios dentro del judaísmo (los caraítas del siglo VIII d.C. llegaron a rechazarlo), pero sobre todo fuera de él, cuando se intentó eliminar lo específicamente judío. Sin embargo, continuó y continúa uniendo y forjando a los judíos en su conciencia de pueblo de la promesa. De él dimana un profundo sentido de la unicidad y de la grandeza de Dios, de la veneración que se debe a su voluntad expresada por la Ley, de serena confianza en su dirección de la historia humana.
Los libros del Talmud abarcan lo jurídico y lo litúrgico, liberan y dinamizan el espíritu judío, plantan la razón sobre la fe y la academia sobre la sinagoga; es una escuela de interpretación en la que se basa la dialéctica hebraica; se argumenta libremente bajo la dirección de un maestro; el pensamiento adquiere flexibilidad y ligereza e instala el hábito de la duda principio de la ciencia.
Conocer el Talmud es parte del trabajo que aún hoy es necesario hacer para aceptar, respetar y compartir la vida con un pueblo milenariamente calumniado y sufrido que pese a vivir fuera del cristianismo es la imagen más perfecta de sus virtudes y de un Cristo que nació de sus entrañas. En el Talmud hallamos toda la moral cristiana acompañada por una virtud laica que es la tolerancia.
El Talmud tiene el atractivo de los libros orientales; tiene un aire de leyenda con estilo parabólico en el que las palabras tienen un alcance profundo; la majestad de la Ley se revela en él en forma constante (la Ley es la ley mosaica que se usa sólo para los libros revelados y para el conjunto de los preceptos de la religión. La verdad religiosa ha sido transmitada al hombre en la Ley y es la Ley solamente y no otra autoridad la que debe ser aceptada como maestra de la verdad siendo, como es la Ley, la palabra de Dios).
El texto íntegro del libro comprende una larga serie de tomos compuesto en dos partes: la Michna y la Guemara cada una de las cuales consta a su vez de varias partes llamadas genéricamente Sedarin a lo que se agrega las Midrachim o interpretaciones parabólicas de versículos bíblicos. Existen dos Talmudim o recopilaciones de tradiciones orales, el Talmud de Jerusalem y el Talmud de Babilonia pero el cuerpo de doctrina es uno solo.
El Talmud, además, tiene principios y ejemplos de sabiduría y virtudes civiles (por ejemplo: la ley talmúdica establece que se debe dar a los criados parte de los diversos productos del campo de sus propietarios).
El bisabuelo materno del autor con sus alumnos aprendices del Talmud y de la Ley; Vilna (Lituania) postrimerías del siglo XIX
Algunos pensamientos, reflexiones y aforismos del Talmud:
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Viste y vive en día de fiesta como en un día de trabajo, antes que depender de la caridad de otros.
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Es más meritorio y eficaz un íntimo sentido de arrepentimiento que mil voluntarias flagelaciones.
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¿Por qué fue creado un solo hombre para ser padre de todas las generaciones de la tierra? Para enseñar que quien mata a un hombre es como si destruyese un mundo: quien salva un hombre es como si salvase un mundo. Fue creado un solo hombre velando por la paz de la sociedad humana, a fin de que una generación no pudiera decir de otra: “Mi padre fue más grande que el tuyo”.
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Sólo el hombre presta al compañero y tira a arruinarlo con la usura y el hurto.
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El hombre no encuentra nunca razones para condenarse a sí mismo.
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El juez que con inicua sentencia adjudica a alguno los bienes de otro, pagará con su alma a Dios.
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Crear para el pueblo jueces deshonestos es como introducir la idolatría.
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Juicio retrasado es justicia anulada.
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El juez que teme haber errado no apele a sofismas para justificarse consigo mismo, sino corríjase y repare los daños.
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El juez que conoce la injusticia de una causa, aunque la defiendan testigos, no debe decir para sí: la culpa es de los testigos, yo me lavo las manos, sino que debe ingeniarse para poner de manifiesto la verdad.
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El juez en el momento en que está juzgando una causa debe imaginarse tener una espada puesta al pecho y al infierno ardiendo bajo sus pies.
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Coma el hombre menos de lo que pueda; vista según pueda; honre a esposa e hijos más de lo que pueda, pues éstos dependen de él, como él de Dios.
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Es de tanta monta el respeto a los genitores, que el Señor, en su ley, los ha puesto inmediatamente después del respeto que a El se le debe.
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¿Te parece que está bien la vanidad por cosa que será pasto de gusanos y montón de polvo?
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El hombre es ilimitado en sus deseos: cuanto más tiene tanto más quiere; ni el oro, ni la plata, ni todas las terrenas riquezas bastan para satisfacerlo. Pero luego que es arrojado a la tumba y cubierto de tierra encuentra un límite a su insaciable ambición.
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El orgullo es una máscara de los propios defectos.
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En el estudio honra a la ciencia, y en los convites honra a la vejez.
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El pensamiento es el yugo férreo del hombre.
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En tres cosas se conoce al hombre: en la bolsa, en la copa, en la cólera.
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¿Cómo puede el hombre hacerse mejor visto de todos? Odiando supremacías y dominios.
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En tiempo de abundancia son todos amigos.
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Si uno solo te llama asno, sigue adelante sin titubear. Pero si dos te dicen la misma cosa, piensa en seguida en ponerte un freno en la boca.
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En la puerta del rico todos son parientes; en la puerta del pobre no hay parientes.
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Si alguno dice: me he fatigado mucho, pero no he adquirido la ciencia, no le prestéis fe. Si dice: la he encontrado sin fatiga, no le deis fe. Si dice: me he fatigado mucho y la he encontrado; creedle sinceramente.
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Mucho he aprendido de mis maestros, más de mis compañeros, y más aún de mis discípulos.
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Quien es sabio y no enseña a los demás es semejante a un mirlo en un desierto: nadie disfruta de él.
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Sobre tres columnas descansa la sociedad: religión, trabajo y beneficencia. Las tres columnas de la sociedad son la justicia, la verdad y la paz.
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Procúrate un maestro, haz por merecer un amigo y piensa bien de todos.
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No gustéis cosa alguna hasta que quien inaugure la comida con la bendición comience a comer.
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Vaciar de un sorbo toda la copa es de glotones; en tres sorbos es afectación; en dos, es la medida conveniente.
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La elegía más hermosa es la que hace llorar; el sermón más elocuente es el que arrastra a la muchedumbre.
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El hombre fue el último de las criaturas. Si se entrega al orgullo se le puede decir: ¡Imbécil, el insecto fue creado antes que tú!
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¿Quién es fuerte? Quien sabe refrenar sus pasiones.
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No desprecies nunca persona ni cosa alguna; toda persona tiene su hora, toda cosa tiene su puesto.
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Siete costumbres tiene el sabio contrarias a otras tantas del necio: no habla delante de quien es superior a él en ciencia y en años; no interrumpe los ajenos discursos; no está impaciente por contestar; pregunta y responde oportunamente; guarda orden en sus discursos; cuando no comprende, confiesa no haber comprendido; cede ante la verdad.
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Los sabios dan este consejo: decid a la avispa: renuncio a tu miel por temor a tu aguijón.
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Las pasiones pasan cerca de uno como pasajeros, entran en casa humildemente como huéspedes, y allí se afirman como amos.
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El hombre cuando nace tiene los brazos extendidos hacia delante como si dijese: el mundo es mío. Cuando muere tiene los brazos colgando a lo largo del cuerpo, como si quisiese decir: nada me queda en este mundo.
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Me corto el cabello porque comienza a crecer en la infancia. Me dejo la barba porque crece cuando comienza la sensatez.
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¿Por qué la mujer fue creada con un pedazo de carne tomada del costado de Adam, y no de otra parte? ¿De la cabeza? Hubiera sido demasiado soberbia; ¿Del ojo? Demasiado fisgona; ¿Del oído? Demasiado curiosa; ¿De la boca? Demasiado habladora; ¿Del corazón? Demasiado empalagosa; ¿De las manos? Demasiado sobona; ¿De los pies? Demasiado corretona. Fue creada, por el contrario, de una parte secreta y modesta del hombre, y según se iba formando su cuerpo, una voz gritaba: sé modesta, sé modesta. Y todavía la mujer tiene un poco de todos los defectos que hemos señalado.
Casi todos los doctores talmúdicos vivían del producto de su trabajo que era sobre todo manual, artesanal y humilde. La máxima aceptada era que la ciencia debía ir unida al trabajo; fieles a esto y también por necesidad cada uno elegía un arte u oficio (narrador, carbonero, labrador, panadero, perfumista, sastre, etc.); en la juventud estudiaban para sí mimos; en la edad adulta, trabajaban; en la vejez, enseñaban a los demás. Ninguno de ellos se dedicaba al comercio contra el cual sentían cierta aversión.
Enseñe el hombre a su hijo un oficio sencillo y decoroso, y deje al Señor el cuidado de enriquecerle. Porque en todos los oficios hay pobreza y riqueza; no dependen del oficio, sino de los méritos de cada cual.
Conviene no olvidar que por aquellos tiempos antiguos la Judea tenía nombre pero apariencia de Estado; Jerusalem y el Templo estaban de pie; pero los que tenían el poder y dominaban eran los romanos, antes que los hebreos. Sólo los romanos disponían de los cargos principales; sólo los romanos dividían el territorio en provincias y se las asignaban a sus protegidos; sólo los romanos desangraban al pueblo judío con tributos exagerados e imponían leyes.
Cuando reinaba el emperador Domiciano (Tito Flavio Domiciano; 51 – 96 d. C.), tirano cruel y paranoico cuya vileza era comparable con la de Nerón o Calígula y al mismo tiempo autócrata despiadado pero eficiente, se prodigaba el derramamiento de sangre humana por medio de ejecuciones capitales guiándose solamente por las delaciones de sus súbditos. La crueldad se vertía principalmente sobre los judíos que intentaban ocultar su condición entre otras cosas para eludir el pago de gravosos impuestos. Los judíos eran desnudados en público para comprobar si estaban circuncidados, si así fuese los torturaban y se les confiscaba todos sus bienes, se los desterraba o se les mataba. Trajano (Marco Ulpio Trajano; 53 – 117 d. C.) fue el primer emperador de origen no itálico; en su época, los judíos del interior del Imperio romano se alzaron en rebelión una vez más, como hizo el pueblo de Mesopotamia. Los judíos se rebelaron por todo Oriente Próximo: Egipto, Chipre, Cirenaica, Judea y Mesopotamia desde el año 115, en plena campaña contra los partos. El emperador se vio obligado a retirar su ejército para aplastar las revueltas; mandó pasar a cuchillo a todos los hebreos vencidos en sus campañas guerreras para la expansión de su imperio y prometió a las mujeres perdonarles la vida si accedían a satisfacer las necesidades sexuales de sus soldados.
En la embriaguez de las victorias, los romanos aplicaron severas medidas contra los hebreos prohibiéndoles, bajo pena de muerte, la circuncisión, los estudios sagrados y la observancia del sábado.
Sin embargo, el haber sido el pueblo elegido y al haber aceptado que el hombre está hecho a imagen de Dios le dio a ese pueblo un gran estímulo para ser virtuoso y el haber sido seleccionado para enseñar la religión y la Ley. Enseñar la religión y la Ley siempre fue una gran honra para el pueblo hebreo, por estar razones aún hoy casi todos se sienten invitados al divino convite y convencidos de la inexistencia de la eternidad de las penas y el sufrimiento inacabable.
por Leonardo Strejilevich
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